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Bluesky, X, y el futuro que queremos
Esta semana, Bluesky ha experimentado un crecimiento espectacular. Más de 18 millones de usuarios ha alcanzado la plataforma, y creo que no soy el único que ha sentido una especie de alivio al ver cómo más gente se suma a un espacio diferente. Yo mismo he decidido borrar X de mis dispositivos y centrarme en Bluesky. Ha sido un cambio que llevaba tiempo considerando (más de año y medio usándola), pero los eventos recientes han terminado de convencerme. No es solo una cuestión de qué plataforma está ganando en números; es una cuestión de qué tipo de espacio queremos para nuestras conversaciones y nuestras ideas. Necesitamos un entorno donde las palabras tengan el poder de unir y no de dividir, donde el respeto sea la norma y la diversidad de pensamiento, una virtud.
Twitter, o X como ahora se llama, se ha convertido en un lugar cada vez más tóxico. Bajo el liderazgo de Elon Musk, ha pasado de ser una plataforma abierta, con todos sus matices y problemas, a un órgano de propaganda particular. Lo más peligroso no es tanto que esté promoviendo ideas con las que algunos puedan estar de acuerdo, sino la manera en que esas ideas son impulsadas y amplificadas sin permitir el disenso. Muchas de esas ideas son dañinas, otras son simplemente falsas, y todas ellas prosperan dentro de una cámara de eco cuidadosamente construida donde solo se amplifican los mensajes que el dueño desea que se escuchen. En este modelo, las voces disidentes se silencian o se marginan, y la conversación se reduce a la repetición constante de las mismas opiniones, sin oportunidad para la divergencia ni el enriquecimiento mutuo.
Incluso quienes estén de acuerdo con las ideas que se promueven deberían preocuparse por este fenómeno. No es saludable para nadie vivir en un espacio donde las únicas voces que se escuchan son aquellas que confirman lo que ya pensamos. Este tipo de dinámica crea una ilusión de verdad y consenso que es, en el mejor de los casos, superficial, y en el peor, peligrosa. Lo ideal, lo verdaderamente enriquecedor, es la conversación abierta, el debate honesto. Poder compartir ideas, discutirlas, incluso confrontarlas de manera constructiva. No se trata de estar de acuerdo en todo, sino de permitirnos el lujo de cambiar de opinión, de aprender del otro, de dudar y de crecer. Sin embargo, lo que está haciendo Musk con Twitter es lo opuesto: está convirtiendo la plataforma en un lugar donde las ideas se introducen a la fuerza, como si fuésemos gansos siendo cebados, sin espacio para cuestionarlas. Para mí, esa dinámica es insostenible.
Bluesky, por otro lado, se siente como una bocanada de aire fresco. No es perfecto, y estoy seguro de que surgirán problemas con el tiempo, pero al menos, en este momento, es un espacio donde la conversación parece ser genuinamente posible. Donde el algoritmo no decide por nosotros qué debemos pensar o cómo debemos sentirnos. La sensación de libertad en Bluesky radica en la capacidad de sus usuarios de controlar el flujo de información, de participar activamente sin ser empujados en una dirección específica. Es un lugar donde, al menos por ahora, se respeta la diversidad de opiniones y se fomenta el intercambio auténtico de ideas.
Además, una de las características más valiosas de esta red es su enfoque en la privacidad y la protección del usuario. A diferencia de otras plataformas, aquí se otorgan opciones claras y sencillas para decidir qué información compartir, con quién, y cómo gestionar la propia experiencia en la red. En última instancia, del mismo modo que es enriquecedor confrontar ideas, también es fundamental tener el derecho de elegir lo que queremos leer y poder filtrar ciertos temas o mensajes. Esta capacidad de personalizar nuestra experiencia contribuye a hacer un entorno más seguro y saludable para sus usuarios. Personalmente, me he sentido mucho más cómodo y tranquilo desde que decidí dejar atrás X y enfocarme en Bluesky, y creo que no soy el único en sentirlo así.
El crecimiento de esta semana es una señal clara de que muchas personas están buscando algo diferente. No es simplemente una cuestión de moda o de querer probar algo nuevo; hay una fatiga acumulada, un hartazgo evidente por el ambiente enrarecido que se ha apoderado de lo que alguna vez fue Twitter. La gente quiere un lugar donde pueda expresarse sin sentirse manipulada, donde pueda escuchar sin sentir que le están imponiendo lo que debe pensar. No quieren una red social donde el dueño tiene la última palabra sobre la verdad, donde se distorsiona la realidad para servir a intereses particulares. Quieren un espacio donde la transparencia y el diálogo sincero sean los valores principales.

Este significativo salto en cifras me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza de las plataformas sociales y la influencia que tienen sobre nosotros. El diseño de la infraestructura tecnológica no es neutral; tiene intenciones, sesgos, y puede moldear comportamientos. En X, la estructura fomenta la confrontación y la polarización. Se prioriza el contenido que genera reacciones fuertes, y no importa si esas reacciones son de odio o enfado, porque en la lógica de los algoritmos, la emoción se traduce en valor, y el valor en ganancias. Lo que más llama la atención es cómo este diseño no solo deforma la conversación, sino que afecta nuestra forma de relacionarnos con los demás y de percibir el mundo.
La promesa de Bluesky, y el motivo por el que muchas personas han decidido mudarse a esta plataforma, es la búsqueda de algo más sano, un entorno digital menos manipulado y más auténtico. Hay algo profundamente humano en querer un lugar donde uno pueda ser escuchado sin miedo a ser aplastado por una turba digital, donde se pueda compartir una idea sin que inmediatamente sea absorbida, distorsionada y devuelta cargada de toxicidad. La diferencia es más que tecnológica; es filosófica. Bluesky representa una apuesta por la conversación, por la pluralidad, por un diálogo que no esté dictado por un único interés.
Quizás Bluesky no sea la solución definitiva. Quizás, con el tiempo, también empiece a mostrar problemas similares a los de otras plataformas, porque, al final, las redes sociales también son un reflejo de nuestras sociedades, con todas sus virtudes y sus miserias. Sin embargo, en este momento, se siente como un paso hacia la dirección correcta, como una oportunidad para reconectar con el propósito original de las redes: crear comunidades, conectar personas, y sobre todo, escucharnos de verdad. Porque al final del día, de eso debería tratarse cualquier espacio en el que decidamos volcar nuestras voces e ideas: de la oportunidad de compartir, aprender y crecer juntos.