- Disrupción Consciente
- Posts
- La verdad no vende
La verdad no vende

Internet y, en particular, las redes sociales, se han convertido en un terreno fértil para la desinformación. No se trata solo de la difusión involuntaria de información errónea, sino también de la manipulación deliberada con fines específicos. Mientras algunos comparten falsedades sin intención, otros lo hacen con total premeditación, aprovechando los algoritmos y las tendencias online para maximizar su visibilidad y, en última instancia, sus beneficios. Esta mezcla de ignorancia y malicia ha creado un entorno donde es difícil distinguir lo genuino de lo fabricado.
Una de las tácticas más comunes en este ecosistema es la denominada "granja de clicks" (engagement farming). Aquí, se recurre a contenido emocionalmente cargado, engañoso o provocativo con el único fin de generar reacciones intensas. Memes virales, copypasta repetitiva, y la indignación fabricada se han convertido en herramientas para capturar nuestra atención y manipular los algoritmos, haciendo que este contenido gane una tracción desmesurada. Los autores de estos contenidos suelen presentarse como observadores neutrales, ocultando tras esa fachada sus verdaderas intenciones y agendas.
Lo preocupante es que estas tácticas no se limitan al ámbito del entretenimiento superficial. Las estrategias que alguna vez utilizaron los fanáticos de la cultura pop para manipular guerras de fandom se han trasladado al discurso político, moldeando la opinión pública sobre cuestiones críticas. Esto tiene consecuencias tangibles en el mundo real: desde influir en los resultados electorales hasta alterar el curso de debates políticos fundamentales. La frontera entre el entretenimiento y la manipulación política se ha desdibujado, y con ella, también lo ha hecho nuestra capacidad para distinguir entre ambos.
En este sentido, es evidente que ciertos sectores, como la extrema derecha, han demostrado ser particularmente hábiles en el aprovechamiento de estas tácticas. Cuentas como "Richard Strocher" utilizan titulares sensacionalistas y narrativas fabricadas para acumular seguidores, difundir su ideología y reforzar su posición. Del mismo modo, figuras como el autoproclamado "macho alfa" Nick Adams emplean contenidos provocativos aparentemente banales, como publicaciones sobre videojuegos populares, para atraer la atención e impulsar su agenda política. La combinación de entretenimiento trivial con ideología política hace que el mensaje sea más fácil de digerir y, por lo tanto, más peligroso en términos de manipulación.

Por otra parte, el problema se agrava debido a la preocupante falta de incentivos para decir la verdad. La verdad, en muchas ocasiones, se usa solo parcialmente o se omite por completo, siendo reemplazada por mentiras descaradas cuyo único objetivo es atraer atención y generar engagement. Un ejemplo claro de esto es el trumpismo, donde tanto el propio Trump como muchos de sus seguidores aplican estas tácticas a diario. Estos métodos han sido exportados internacionalmente, convirtiéndose en un germen que amenaza con corroer la integridad del discurso público. Los esquemas de monetización de las plataformas de redes sociales también agravan el problema. Twitter, por ejemplo, ha incentivado el comportamiento manipulador al introducir pagos basados en el engagement para aquellos con la verificación azul. Este tipo de incentivo económico ha llevado a un aumento notable del "fan-baiting", una táctica consistente en atraer a audiencias mediante provocaciones calculadas para maximizar las interacciones. Estas prácticas no solo son efectivas para obtener visibilidad, sino que ahora también se han convertido en una fuente de ingresos directa, alimentando un ciclo de manipulación y recompensa.
La falta de transparencia en los medios impulsados por influencers supone una amenaza significativa para la integridad informativa. A diferencia de los medios tradicionales, que al menos están sujetos a regulaciones y cuentan con modelos de negocio claros, el respaldo financiero de los influencers y de las plataformas que los apoyan suele estar envuelto en el secreto. Esto dificulta no solo la identificación de agendas ocultas, sino también la posible intervención de actores extranjeros. La opacidad se convierte en un caldo de cultivo perfecto para la manipulación, y en este contexto, el público pierde la capacidad de evaluar críticamente de dónde proviene la información y con qué intenciones se difunde.
Frente a este panorama, es más necesario que nunca desarrollar un ojo crítico para el contenido online. Reconocer las tácticas utilizadas para manipular el discurso digital no es solo una habilidad útil, sino una necesidad fundamental para poder navegar con criterio en una era de información saturada y sesgada. La manipulación no solo afecta a las guerras de fans; también moldea las líneas cada vez más difusas entre el entretenimiento y la política, afectando nuestra comprensión de la realidad y nuestras decisiones colectivas.
Exigir transparencia a los influencers y a las plataformas que los albergan es un paso esencial para combatir la desinformación. No se trata solo de identificar el contenido engañoso, sino de entender quién lo respalda y por qué. La responsabilidad no recae únicamente en los creadores y las plataformas, sino también en todos nosotros, como consumidores de contenido. Solo mediante la presión colectiva podremos avanzar hacia un entorno digital donde la información sea más confiable, donde el debate público sea genuino y donde la manipulación deliberada deje de ser una herramienta rentable.