Un viaje de la energía limpia al trumpismo: la metamorfosis de Musk

A veces parece que el mundo está tan revuelto que ni siquiera hace falta asomarse demasiado para toparse con polémicas nuevas, ¿verdad? Y si hablamos de Elon Musk, no hay semana en la que no aparezca en titulares. Pero lo cierto es que, si retrocedemos unos cuantos años, la percepción que teníamos de él era bastante diferente. Musk pasaba por ser ese genio tecnológico que quería salvar el planeta con coches eléctricos y cohetes reutilizables, un visionario con cierto toque excéntrico, pero alineado con causas progresistas y dispuesto a codearse con la administración Obama.

Sin embargo, algo cambió de forma muy drástica. En cuestión de pocos años, Musk dejó de donar mayoritariamente a candidatos del Partido Demócrata para desembarcar con todo su peso (y su cartera) en la órbita republicana, hasta el punto de convertirse en uno de los mayores donantes de la candidatura de Donald Trump y de abrazar públicamente las ideas “anti-woke” de la derecha conservadora estadounidense.

¿Fue el desencanto con los demócratas? ¿Una reacción a las regulaciones de California? ¿Influyó su estilo personal, esa mezcla de emprendedor ambicioso y showman digital? Hay muchas hipótesis, y cada una explica un pedazo de un cambio que, en el fondo, refleja la complejidad de cómo influyen el poder, el dinero y la ideología en un único individuo.

Del “partido de la bondad” al “partido de la división y el odio”

Resulta curioso recordar cómo Musk, allá por 2008, llegó a donar a figuras tan representativas del ala demócrata como Barack Obama o Hillary Clinton. Aquellos eran los días en los que Tesla apenas despegaba y SpaceX se jugaba la confianza de la NASA para lanzar cohetes sin arruinarse en el intento. Se presentaba ante el mundo como un tipo pragmático, con un pie en cada bancada política para asegurarse relaciones fluidas, pero con un claro interés en las energías limpias y en el desarrollo científico, asuntos que, en aquel momento, casaban bien con el programa demócrata.

Para muchos, la etapa Obama supuso el empuje que Tesla necesitaba —por ejemplo, con préstamos federales dirigidos al desarrollo de tecnología verde— y Musk se convirtió en un referente de la innovación estadounidense. Él mismo reconocía que votaba demócrata porque los veía como “el partido de la amabilidad”. Sin embargo, con la llegada de Donald Trump y el giro brusco de la política norteamericana, algo se resquebrajó. En un principio, Musk trató de mantener esa imagen neutral y hasta colaboró con los consejos de asesoramiento de la Casa Blanca. Pero cuando Trump se salió del Acuerdo de París, Musk rompió en público con él.

¿Y qué pasó entonces para que, unos años después, Musk terminase abrazando justamente a Trump? Dicen que en política las enemistades pueden mutar en grandes amistades si se alinean intereses y objetivos. Y eso parece haber ocurrido aquí. A partir de 2017, el flujo de donaciones de Musk se inclinó muchísimo más hacia los republicanos que hacia los demócratas, a veces multiplicando por siete el dinero dedicado al GOP. La tensión con las autoridades demócratas de California, una pandemia que hizo aflorar sus choques con los confinamientos y, por supuesto, su irritación con los intentos de subir impuestos a los ultrarricos formaron un cóctel que fue empujándolo hacia la derecha.

Twitter, el gran altavoz

Otra de las claves en este asunto es la adquisición de Twitter (X, o cómo quiera que se llame mañana). En este blog, ya he compartido reflexiones sobre cómo esa plataforma dejó de ser el ágora pública que solía —con sus defectos incluidos— para transformarse en lo que muchos consideran “el altavoz personal” de Musk. Hasta hace poco, hablábamos de cómo los algoritmos de las redes sociales fomentaban la polarización. Y, sinceramente, la compra de Twitter por parte de Musk ha sido como ver la teoría volverse realidad:

  • Primero, alinear la plataforma con sus propias convicciones ideológicas: restaurar cuentas vetadas (incluida la de Trump) y deshacer políticas de moderación anteriores.

  • Segundo, usar su posición de dueño absoluto para intervenir en debates políticos, instando abiertamente a votar por candidatos republicanos en las midterms de 2022.

  • Y tercero, convertir X en un espacio donde prima la noción de “libertad de expresión” a toda costa... salvo cuando las críticas apuntan directamente a Musk o a algunos de sus socios.

Esta metamorfosis de Twitter a X no solo cambió la experiencia de los usuarios; también cambió a Musk como figura política. Hasta el punto de que no se queda en simples tuits: aparece en mítines de Trump, ofrece sumas millonarias al Partido Republicano y abraza narrativas donde tilda al Partido Demócrata de “partido de la división y el odio”. Desde ese momento, muchos lo ven como el magnate que, por fin, se quitó la máscara de techie liberal para mostrarse tal y como es: un multimillonario libertario, más cercano al ala conservadora del “menor Estado, menos impuestos y cero sindicatos”.

Las contradicciones de un gigante

Ahora bien, sería fácil reducirlo todo a “Musk se volvió de derechas por conveniencia”. Pero uno se da cuenta de que su evolución va más allá de una simple estrategia de negocios o de contactos políticos. Hay un componente personal muy grande. A nivel familiar, su relación rota con una hija trans, sus burlas a los pronombres de género, su cruzada contra lo que él llama “virus woke”… Todo indica que Musk ha dado un salto emocional hacia posturas que chocan de frente con la corriente progresista.

De hecho, no es la primera vez que Musk se embarca en guerras culturales en redes sociales; muchas veces le hemos visto tuitear y retuitear teorías conspirativas, cuestionar a figuras científicas como Anthony Fauci e incluso compartir bulos (luego borrados) sin demasiada preocupación por su veracidad. De hecho, volviendo a entradas anteriores del blog, la falta de incentivos para decir la verdad y la facilidad para monetizar el “engagement” hacen que un personaje de su alcance pueda difundir ideas controvertidas sin apenas consecuencia… más allá de cabrear a buena parte de la opinión pública.

¿Por qué nos importa su evolución?

Alguien podría pensar: “Bueno, es un millonario excéntrico, y su vida personal no nos incumbe. ¿A quién le importa si cambió de partido?”. Pero resulta que Elon Musk no es solo el director general de Tesla y el responsable de cohetes que aterrizan solos: con la compra de Twitter, tiene la capacidad de moldear debates globales. Controla Starlink, un sistema satelital que ha sido vital en conflictos como el de Ucrania. Al ser uno de los principales donantes de la derecha estadounidense, puede tener influencia en las políticas nacionales e internacionales de Estados Unidos. Ejerce de consejero informal con líderes mundiales. No es exagerado decir que tiene un poder que va más allá de lo empresarial y penetra en lo geopolítico.

Ese poder, combinado con su cambio ideológico hacia la derecha más reaccionaria, no solo marca la pauta en la política estadounidense, sino que también salpica la esfera internacional. Hoy, su alianza con Trump y con figuras ultraconservadoras le presenta como un actor clave en un escenario donde los discursos polarizantes y la política de trincheras están a la orden del día.

Reflexiones finales: ¿Qué nos enseña este giro?

  1. La fragilidad de la neutralidad tecnológica
    En repetidas ocasiones hemos comentado aquí que ni las redes sociales ni las grandes empresas tecnológicas son entes “neutros”. Lo de Musk demuestra hasta qué punto un magnate puede usar esos instrumentos para moldear el debate público y reforzar su visión del mundo.

  2. Política y negocios: una mezcla explosiva
    Hablábamos hace poco de que cuando la atención se convierte en la moneda principal, quien tiene el megáfono más grande gana. Musk domina la atención de millones, tanto por su imagen de genio como por su actitud provocativa. Y es precisamente esa atención lo que hoy se traduce en influencia política.

  3. La dimensión personal en los giros ideológicos
    A veces olvidamos que detrás de cada líder empresarial o político hay una persona con emociones, resentimientos, ambiciones y traumas. En el caso de Musk, sus peleas familiares, su confrontación con sindicatos, su conflicto con autoridades progresistas… cada elemento ha ido tallando esta deriva al radicalismo y autoritarismo.

  4. ¿Es el “Musk de antes” recuperable?
    Muchos fans de Tesla y SpaceX se sienten desilusionados. El Musk que quería coches limpios y salvar al mundo de la crisis climática ahora sale en mítines con Donald Trump. Pero quizá la clave es entender que una persona puede fomentar las energías renovables y, al mismo tiempo, oponerse ferozmente a regulaciones que limiten su poder. No siempre encajamos en cajitas ideológicas simples, y Musk es el ejemplo vivo de esas contradicciones.

Termino con la sensación de que esta transformación política de Elon Musk no es solo la historia de un individuo: es también un símbolo de cómo funciona el poder en la era digital, y de cómo se difuminan las fronteras entre innovación tecnológica, grandes fortunas y polarización política. De ese Musk que donaba fondos a Obama al Musk que dona millones a Trump, hay un abismo de intereses cruzados, choques culturales y tensiones familiares. Y, la verdad, no deja de inquietar ver cómo este viaje personal puede terminar influyendo en políticas que afectan a todos: ya sea la gestión de plataformas de comunicación o la dirección de conflictos globales.

Mientras tanto, quienes nos mantenemos a medias entre la fascinación y la perplejidad solo podemos seguir observando y preguntarnos si, detrás de esa aparente libertad de expresión y disrupción tecnológica, no hay también un escenario perfecto para que el poder individual —cuando se concentra tanto— se transforme en una fuerza que no todos sabemos cómo frenar. Quizá esa sea la lección más importante que nos deja el viraje político de Elon Musk: no subestimar el papel que juegan los grandes egos, las grandes empresas y los grandes influencers en esta época en la que cada clic, cada suscripción y cada voto están entrelazados en un mismo tablero de ajedrez.